Este año cumplo 40 años de vida, 20 de los cuales me he dedicado a vivir una vida lejos del rencor.
Nací en la Tierra de las Flores y las Frutas, un lugar de gente pujante y aguerrida. Al menos eso yo creía hasta que cumplí unos 12 años y supe que venía de la Carita de Dios, la ciudad de Quito, capital del Ecuador. Aun así, seguía cantando fervorosamente "Ambato Tierra de Flores" y "Ambateñita Primorosa" durante las fiestas de la ciudad.
Mi vida transcurrió entre la avenida Ficoa y el Parque Montalvo, orgullosa de caminar por donde lo hizo Juan Montalvo o Juan León Mera. Según mi abuelo, el último fue su padrino de bautizo, y para estas alturas no habría quien lo negase. Mi abuelo es, de alguna forma, quien me acercó a este mundo de la escritura.
Recuerdo que uno de sus más preciados obsequios fue un diccionario; el otro, la cantidad de pasteles con crema que solía traer cuando nos hacía una visita y el gusto por el vino que él mismo preparaba de la hermosa parra de uva que tenía en su Quinta de Izamba. Mi abuelo había vendido su bien ubicada casa junto a la estación de tren en la ciudad para hacerse de un terreno en el fin del mundo, o al menos eso le parecía a mi madre, que hasta ahora, a sus 69 años, le da la razón del amor a las plantas, la naturaleza y la paz, pero desde una isla mucho más lejana que el terreno del abuelo…
Mi caminata empezaba a las 6 de la mañana. Quedaba con mi mejor amiga -de la cual mi hija lleva su nombre- todos los días hacia la escuela Santo Domingo de Guzmán. Caigo en cuenta que caminar por las calles de los barrios de ese entonces podría verse hoy en día como un gran privilegio. En la travesía podías comer uno que otro guaytambo, claudias y los ya extintos membrillos.
Hasta ahora puedo recordar su olor y desde luego a mi entrañable amiga, con la cual hacíamos la ruta de ida y vuelta a casa. No olvidemos las moras; las cosechamos por las tardes con las hijas de la señora Obdulia -nuestra dueña de casa- de una larga mata que dividía los terrenos de los vecinos. Las comíamos con azúcar, pasábamos por medio de los panales de abejas; me hacía la valiente y, gracias a Dios, no me picotearon jamás.
Ahora, cada vez que miro un puñado de moras empaquetadas en plástico por USD 9,99 mi corazón se encoge extrañando la tierra de las flores y las frutas de aquella época.
Extraño los días de fiesta de cuando tenía unos 7 años. Nos íbamos con las sillas a tomar los mejores puestos en el viejo edificio que había en Rocafuerte y Bolívar. Cada tío y primo tenía su balcón. Era emocionante; los carros alegóricos realmente estaban llenos de frutas y las comparsas llevaban cestos repletos de frutas al ritmo del folklor.
En ese entonces no teníamos el privilegio de bailar con "¡Bad Bunny!", pero en realidad cada comparsa nos llenaba de orgullo y las reinas siempre eran tan hermosas. Tenemos a las mujeres más bellas del Ecuador, eso piensa cada barriada, pues todos tienen a su favorita. Después del día de la elección, no lo olviden, sin rencores… todas las ambateñas son reinas.
Esta tierra que me vio crecer me ha dado muchas satisfacciones. Me enseñó que un verdadero Ambateño no espera nada de nadie, que siempre hay una forma decente de salir adelante. Por eso, no es de extrañar que el correísmo no se haya impregnado del todo.
También me dio una profesión, me trajo el amor a mi vida y yo le di una Ambateñita primorosa, mi hija -ella sí es de Ambato-. Este febrero cumple 16 años; nació justamente un lunes de carnaval, así que los juegos pirotécnicos le dieron la bienvenida.
Mientras repaso uno a uno lo mejor de las fiestas de mi infancia, me doy una vuelta por el ponche suizo, los helados de paila después de la Bendición del Pan en la Catedral de Ambato y la banda de pueblo tocando en el parque. Las palomas en pleno vuelo y las hermosas piletas que adornan este espacio.
Esta ciudad me ha dado buenas y malas experiencias, pero es mejor vivir sin rencores y estar dispuestos a celebrar nuestra ambateñidad sin importar las autoridades de turno y sus no muy acertadas decisiones. Hacer Ambato grande otra vez depende de todos.
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