Foto: James Muchmore
¿Qué es lo primero que harás cuando termine la cuarentena por el COVID-19? Esta pregunta apareció en muchos artículos y publicaciones de redes sociales. Las respuestas fueron variadas: volver al gimnasio, visitar a mis padres, comer en mi restaurante favorito, trotar en el parque, irme de viaje.
En mi caso, lo primero que busqué fue un “baño forestal”. Básicamente, un baño de bosque implica la contemplación consciente de cualquier área forestal como un parque o reserva. Hay estudios científicos que demuestran los beneficios para el ser humano de estar rodeado de árboles, como es la reducción de la presión arterial, el estrés y la depresión, además de que ayudan a oxigenar el cuerpo. Mi Shamán acertó cuando me recetó que abrace un árbol si me sentía enferma.
Foto: James Muchmore
En Ecuador, se han identificado 82 ecosistemas en el territorio continental—según la clasificación publicada por el Ministerio del Ambiente en 2012—de los cuales más de la mitad son bosques con características específicas. Evidentemente, un bosque primario (bosque intocado) será más diverso, resiliente y productivo que un bosque secundario (bosque intervenido).
La reforestación nunca será equivalente a proteger un bosque primario. Sin embargo, la realidad socio-económica de las comunidades exige un manejo forestal que no sea netamente la preservación sino también el aprovechamiento de los recursos. Los servicios forestales o ambientales son amplios—en términos simples, los bosques conservan el agua, purifican el aire, nos dan alimento y nos proveen de materiales para construcción. En la actualidad, los bosques son esenciales como reguladores del clima al capturar carbono, es decir, mitigan los impactos negativos del cambio climático.
Por supuesto, también hay aspectos estéticos y espirituales en la conservación de un bosque.
Por otro lado, el turismo de naturaleza es primordial para el Ecuador. Uno de los nichos que más se ha desarrollado en los últimos años es el aviturismo, gracias a que tenemos más de 1.600 especies de aves. El avistamiento de aves es una actividad que fácilmente se puede volver adictiva, aunque no seas ornitólogo. Personalmente, nunca tuve gran afición por los pájaros hasta que encontré a la Fundación de Conservación Jocotoco, una ONG ecuatoriana que desde 1998 ha protegido a especies amenazadas, en su mayoría aves, y que actualmente tiene 15 reservas privadas en todo el país.
La primera reserva de la Fundación que visité fue Yanacocha, apenas a una hora de Quito, detrás del Volcán Pichincha. El jardín de colibríes es quizás lo que más llama la atención, siendo el colibrí pico espada mi favorito. Después, conocí Chakana, una reserva al lado del Antisana donde sin duda el cóndor andino es la estrella. Más adelante, me uní a un grupo de pajareros para viajar a Zamora Chinchipe, donde se encuentra la reserva Tapichalaca. El atractivo principal es el jocotoco (Grallaria ridgelyi), un ave endémica del sur del Ecuador. A pocos kilómetros de ahí, se encuentra Palanda, conocida por su buen café e igualmente sobresaliente es el complejo arqueológico de la cultura Mayo Chinchipe, donde se hallaron restos de una variedad de cacao que habría sido consumida desde 3.300 a.C. Por ello, se dice que el origen del chocolate es ecuatoriano y amazónico.
La cúspide de mi experiencia como pajarera amateur se dio en enero del 2020.
Viajé a la provincia de Esmeraldas para visitar la reserva Tesoro Escondido, hogar de la reina de las aves: el águila harpía. Su hábitat, un remanente del Bosque Tropical del Chocó—un ecosistema de una riqueza inigualable—está en riesgo. La caminata para ver al águila fue exigente, me sentía como toda una exploradora, cargando mis binoculares y afinando la vista. Cuando llegamos al punto de
observación, no pasaron más de 15 minutos cuando mi guía exclamó: “¡Ahí está, en su árbol!” La emoción que sentí al ver a esta ave en toda su majestuosidad, en estado silvestre y libre, es algo que quizás solo otros pajareros u ornitólogos puedan comprender. Estuvo perchada justo sobre mí por un largo tiempo y yo no podía quitarle los ojos de encima. Y es que en medio de la destrucción
del hábitat, aún hay parches de bosque prístino donde perdura la fauna.
En el camino de regreso a Quito, descubrí otra fuente de esperanza: Washu Chocolate. Con su refrán “Come chocolate, protege la selva” ya quedé prendada de su barra. Su animal emblema es el mono araña de cabeza café, llamado washu en idioma cha’palaa de la cultura Chachi. El Proyecto Washu, una ONG que lidera los programas de conservación, tiene como objetivo usar los recursos
que se generan con la venta del chocolate en desarrollo comunitario, educación ambiental, investigación científica y rehabilitación de los monos que han sido víctimas del tráfico ilegal de especies.
Aunque salvar el Chocó no es tan sencillo como comer chocolate, apoyar esta iniciativa es fácil—¡y delicioso!
El Chocó Ecuatoriano es parte de la región del Chocó-Darién que se extiende desde el este de Panamá hasta el noroeste del Ecuador. Es uno de los “puntos calientes” de biodiversidad en el planeta y por ende, uno de los lugares clave para la conservación. En este sentido, es muy positivo que en julio del 2018, la UNESCO declaró como Reserva de la Biósfera a lo que queda del Chocó Andino, un área de 286.000 hectáreas dentro de la provincia de Pichincha que comprende tres
municipios y tres Áreas de Conservación y Uso Sustentable (ACUS). El Corredor del Oso Andino es parte de la zona de protección, así como varias reservas privadas. Apenas pude salir de la ciudad a mediados de septiembre del 2020, visité el ACUS Mashpi, incluyendo las reservas de Pambiliño, donde se ofrece turismo vivencial, y Mashpi Amagusa, un paraíso de aves para aficionados o pajareros serios.
Te invitamos a escoger destinos que te eduquen mientras te diviertes y donde puedas crear conciencia social y ambiental, tan valiosa para el tiempo de post pandemia. Adopta hábitos saludables, como el baño forestal, el consumo de chocolate negro (mejor si es fino de aroma) y el avistamiento de aves. Hábitos o adicciones, en este contexto no importa, porque estarás aportando a la conservación de una joya natural: el Chocó Ecuatoriano.
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